R.·.H.·. Luis Vargas Aybar
Past V.·.M.·.I.·. de la
R.·.L.·.S.·. Trabajo y
Honradez No 17 Vall.·. de Lima
Q.·.H.·.
hace tiempo que no nos comunicamos, que bueno que este medio se haya
re-establecido. Las cosas desde el comienzo del milenio a la fecha, en muchos
aspectos han cambiado. Pero otras no. Se han empeorado.
Una
que me preocupa seriamente, es la corrupción. Esta no es nueva, casi se podría
decir que siempre existió en toda sociedad. Pero en nuestro medio, ha tomado
visos institucionales y está presente en todos los ámbitos de la vida pública y
privada. Ha penetrado tanto y es tan frecuente que a muchos nos parece normal
el comportamiento tramposo, el abuso del poder, o el enriquecimiento ilícito,
que vemos cada día.
Tanto
en las grandes esferas nacionales como en nuestro
entorno más próximo: trabajo, barrio, organizaciones
sociales en las que participamos y –a veces- hasta en los círculos amigables, o
en la propia familia, está presente.
Lo peor de vivir en un ambiente donde
la corrupción es generalizada en todos los ámbitos y estratos sociales, es que
llega el momento en que ya no la vemos. Es como el mal olor en un ambiente
cerrado, que después de un tiempo te acostumbras, convives con él y por último,
ya no lo sientes y niegas que huela mal.
¿Qué
nos pasa. Es que no queda gente honrada, seria, responsable? Yo creo que si
existen, y muchos. Sin embargo, la dinámica de la vida moderna nos condiciona a
una existencia muy individualista que nos va recluyendo cada vez más a mirar
solamente nuestros intereses más directos e inmediatos. Este sistema, nos
fatiga y atemoriza y nos hace indiferentes frente al problema “ajeno”; sin
pensar que lo “ajeno” es lo “nuestro”.
El
silencio, práctica tan valiosa y creativa en La Masonería, se ha devaluado en
la sociedad y se viene convirtiendo en un ejercicio cómplice que permite el
florecimiento de estas lacras.
“Yo
no me porto mal ni hago mal a nadie” es la frase socorrida que usamos para
justificar nuestra inacción. Con que no se metan con nosotros ya nos sentimos
triunfadores.
H.·.
mío, hay que ser conscientes que la corrupción no aparece de un momento al
otro, ni el corrupto surge intempestivamente. La corrupción es un proceso lento
de aceptación de antivalores, que va creciendo de manera paulatina pero
constante en la vida cotidiana.
La semilla corruptible se implanta en nuestro
ser a través de los pequeños actos, de las vivezas criollas, de la infracción a
las normas menores, del engaño en casa y la disculpa falsa, del ahorro indebido
y de otras formas que conocemos y que desgraciadamente alguna vez las hemos
practicado. Este comportamiento cuando se vuelve conducta de vida y se masifica
crea el ambiente propicio para la situación en la que nos encontramos.
Nosotros, los
Masones, no estamos exentos de estos males. Entonces, ¿cuál es el antídoto, la
vacuna que nos preserve de ellos? Sin lugar a dudas será una toma de conciencia
de esta realidad, reflexionar sobre ella y emprender acciones para el cambio.
Cambio, que como todas las grandes cosas, se inicia, también, con las
pequeñas prácticas cotidianas y caseras.
Tan simples como el ejercicio de la
puntualidad, para evitar la falsa disculpa; el cumplimiento a la palabra
empeñada, para no hacer ofertas irreales; la seriedad en
la elaboración de nuestros trabajos, para evitar la copia
infiel del inacabable banco de información que se llama internet; el compromiso
en el cumplimiento de nuestros juramentos, entre ellos, para evitar la
frecuente maledicencia; y la solidaridad y compromiso con los afanes de nuestro
Tall.·. y de la GLP, para superar la indiferencia y la crítica fácil del que
nada hace.
No sé H.·. Cuánto
tiempo llevas en la Ord.·., quizás hace poco te has iniciado, o quizás ya
llevas muchos años, pero estoy seguro que te
preocupas y trabajas arduamente por limpiarnos y superar esta situación.
Si es así,
sumemos esfuerzos, no perdamos nuestra capacidad de indignación frente a la
corrupción y provoquemos el debate y la reflexión en todos los espacios donde
desarrollamos nuestras actividades y nuestra vida. Cuidemos nuestro
comportamiento y recordemos que siempre hay alguien – grande o pequeño- en la
calle o en la casa, que nos mira y nos toma
de ejemplo, para bien o para mal.
Disculpad
H.·. por estas líneas descarnadas y dolorosas, pero sólo te tengo a ti como
representante de la reserva moral de la sociedad que nos tocó vivir. Recordemos
nuestro ideal humanista que nos exige mantener presentes los principios
masónicos que hemos adoptado.
Salvemos
nuestro futuro y el de nuestros hijos y nietos.
http://www.fenixnews.com/2015/07/26/carta-a-un-mason/