domingo, 14 de abril de 2013

EL PELIGRO DE LA MALA LENGUA


El Shabat de Tazría/Metsorá es significativo porque dos porciones se leen juntas, entrelazando muchas de las lecciones y la Luz que recibimos esta semana. Me gustaría comenzar compartiendo una enseñanza kabbalística del Talmud sobre estas porciones:
 Había un comerciante que iba de ciudad en ciudad vendiendo una “poción de vida”. Rav Yannai, un gran sabio, escuchó sobre este comerciante quien dijo que tenía la cura milagrosa para la vida y le pidió ver lo que estaba vendiendo.

Rav Yannai dio la bienvenida al comerciante en su hogar y le dijo: “Escuché que has viajado alrededor del mundo diciendo que tienes la poción para la vida. ¿Qué es?” El comerciante abrió el Libro de los Salmos, escrito por el Rey David, y le mostró a Rav Yannai el verso que dice: “¿Quién es el hombre que desea vida y ama los días en los cuales ve el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar negativamente. Aléjate del mal y haz el bien, busca la paz y persíguela” (Salmos 34:13-15). El comerciante dijo: “Esto es lo que vendo”. El Rav Yannai se animó mucho y dijo: “He leído este versículo muchas veces, pero no es sino hasta este preciso momento que me doy cuenta de cuán simple es su mensaje”.

 Así que ¿qué fue revelado al Rav Yannai y qué podemos aprender de este nuevo entendimiento?

Los kabbalistas explican que lashón hará, la mala lengua, es la peor forma de oscuridad que existe. La mala lengua es más comúnmente entendida  como hablar de manera negativa sobre alguien más, el cual es el nivel más obvio y la peor forma delashón hará; Sin embargo, hay diversas formas de hablar lashón hará, algunas veces hablamos sobre nosotros mismos en forma negativa, y a veces decimos cosas por rabia.

Si se nos preguntase qué es peor, ir donde alguien y abofetearlo o cenar con un amigo y hablar mal sobre otra persona, la mayoría de nosotros diría que abofetear es mucho peor. Sin embargo, el Rey David nos dice que lashón hará es peor… peor que casi cualquier otra acción negativa que podamos realizar. Pero ¿Por qué?

Rav Yannai explica que la persona que abofetea a alguien puede pasar por un proceso de teshuvá, lo que permite remover cualquier oscuridad que hayamos traído hacia nosotros. Es un proceso de dos pasos; el primero es limpiar el aspecto físico de la acción al pedir perdón a la persona que hemos herido. El segundo paso es el aspecto espiritual, el cual se trata sobre traer suficiente Luz a nuestra alma para que la oscuridad generada por la acción negativa sea removida.

Este proceso de teshuvá puede ser realizado para casi cualquier acción negativa que realicemos, excepto para lashón hará, la cual se encuentra en una categoría propia.

La semilla del dolor y el sufrimiento en nuestro mundo fue sembrada cuando la serpiente, el lado negativo, habló lashón hará  sobre el Creador a Adán y Eva en el Jardín del Edén en la porción de Bereshit. Debido a que Adán y Eva escucharon las palabras de la serpiente, cayeron espiritualmente. Por ende, cuando hablamos negativamente sobre otros o sobre nosotros mismos, volvemos y nos reconectamos con el poder de la serpiente, la semilla de la oscuridad en nuestro mundo. Esto coloca una coraza de negatividad alrededor de nuestra alma que evita que entre cualquier Luz que generemos a través de nuestro trabajo espiritual.

Volviendo  a la historia del Talmud, lo que el comerciante le reveló a Rav Yannai, y ahora a nosotros, es que el prerrequisito para cualquier otro trabajo espiritual que hagamos (ya sea restringir nuestras acciones negativas o realizar acciones positivas) es primero y principal abstenernos de la mala lengua. Ya que si nos involucramos enlashón hará, colocamos una coraza alrededor de nuestra alma y entonces la Luz que atraigamos como resultado de nuestro trabajo espiritual ni siquiera puede entrar, no puede asistirnos ni apoyarnos en nuestra corrección.

Por ende, recibimos el obsequio en el Shabat Tazría/Metsorá de una apreciación renovada por el poder de nuestras palabras. Mientras conectamos con estas porciones, podemos pedir tener verdadera claridad sobre la tremenda caída espiritual que resultará si nos permitimos a nosotros mismos involucrarnos con la mala lengua. No deberíamos pensar más que lógicamente existe algo peor que podemos hacer que hablar lashón hará.

El Zóhar dice que la palabra metsorá o tzaarat por lo general se traduce como “lepra”, y cuando lo traducimos al arameo es llamada seguirú, lo que significa “cerrado”. Esto nos indica que las porciones de Tazría/Metsorá no se tratan acerca de enfermedad física, sino más bien conciernen a la enfermedad espiritual que todos sufrimos en algún grado, estar cerrados a la Luz.

El Zóhar explica que la Torá utiliza la palabra nega (Nun, Guimel, Ayin) para denotar oscuridad, lepra, o seguirú, estar cerrados a la Luz del Creador. Por ende, no es coincidencia que estas tres letras (Nun, Guimel, Ayin) formen otra palabra: oneg (Ayin, Nun, Guimel) que significa “placer”. Estas dos palabras: nega (desconexión de la Luz del Creador) y oneg (placer) están inter-conectadas. 
Todos tenemos cierta cantidad de Luz que está destinada a venir a nosotros,  y es a través de nuestras acciones que colocamos una coraza de Luz positiva o de Luz negativa alrededor de nuestra alma.

Cuando hablamos lashón hará, tomamos de nuestro banco de Luz y la guardamos en una coraza de nega, desconexión  de la Luz del Creador. Sigue siendo Luz pero ahora está cubierta por una coraza de oscuridad y esto nos causa dolor porque pudimos haber utilizado esta Luz en el sentido contrario, asistiendo a otra persona, por ejemplo. Pudimos haber tomado esta misma Luz y colocar una coraza de Luz a nuestro alrededor la cual nos sustentaría con placer.

Oneg y nega, placer y dolor, no son dos realidades separadas, sino un resultado de nuestras acciones. La Luz que atraemos proviene del mismo banco, independientemente de si será utilizada para hablar mal o para una acción de compartir. Todo necesita ser sostenido por nuestra Luz, y cuando retiramos de nuestro banco de Luz y cubrimos esta Luz en oscuridad, ahora esta oscuridad se sostendrá y manifestará en nuestra vida en diferentes formas. Lo opuesto es también verdad, cuando realizamos acciones de compartir o actuamos y hablamos de manera positiva, exactamente la misma Luz del banco alimentará el placer y lo positivo en nuestra vida. 

El Zóhar explica que el dolor físico y emocional proviene de una fuente, nega, la cual es la Luz que nosotros hemos cubierto en una coraza de negatividad a través de  nuestras palabras y acciones. Ahora entendemos que la tremenda oscuridad que atraemos a partir de lashón hará proviene de la misma Luz que sostiene la negatividad o el placer positivo en nuestras vidas. El tipo de Luz que nos sustentará depende de nosotros. Podemos tomar un oneg potencial, un placer positivo en potencia, y cubrirlo con una coraza de oscuridad a través de nuestras acciones y palabras negativas.

En el Shabat Tazría/Metsorá, tenemos el gran obsequio de poder tomar todas estas corazas de oscuridad alrededor de nuestra Luz, abrirlas y no sólo remover la oscuridad, sino también traer incluso más Luz de su interior. 

sábado, 6 de abril de 2013

Docencia Masónica: LA LAICIDAD EXPLICADA A LOS NIÑOS

Salvador Savater

En 1791, como respuesta a la proclamación por la Convención francesa de los Derechos del Hombre, el Papa Pío VI hizo pública su encíclica Quod aliquantum en la que afirmaba que "no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres".
En 1832, Gregorio XVI reafirmaba esta condena sentenciando en su encíclica Mirari vos que la reivindicación de tal cosa como la "libertad de conciencia" era un error "venenosísimo".
En 1864 apareció el Syllabus en el que Pío IX condenaba los principales errores de la modernidad democrática, entre ellos muy especialmente - dale que te pego - la libertad de conciencia.

Deseoso de no quedarse atrás en celo inquisitorial, León XIII estableció en su encíclica Libertas de 1888 los males del liberalismo y el socialismo, epígonos indeseables de la nefasta ilustración, señalando que "no es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre. De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna".

Y a Pío X le correspondió fulminar la ley francesa de separación entre Iglesia y Estado con su encíclica Vehementer, de 1906, donde puede leerse: "Que sea necesario separar la razón del Estado de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca. Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa extraña al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida".

Hubo que esperar al Concilio Vaticano II y al decreto Dignitatis humanae personae, querido por Pablo VI, para que finalmente se reconociera la libertad de conciencia como una dimensión de la persona contra la cual no valen ni la razón de Estado ni la razón de la Iglesia. "¡Es una auténtica revolución!", exclamó el entonces cardenal Wojtyla.

¿QUÉ ES LA LAICIDAD?
Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual.

La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las iglesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios. 

Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenaza en nuestro país de un "Estado ateo". Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con entusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal. 

No sería el primer creyente y practicante religioso partidario del laicismo, pues abundan hoy como también los hubo ayer: recordemos por ejemplo a Ferdinand Buisson, colaborador de Jules Ferry y promotor de la escuela laica (obtuvo el premio Nobel de la Paz en 1927), que fue un ferviente protestante.

En España, algunos tienen inquina al término "laicidad" (o aún peor, "laicismo") y sostienen que nuestro país es constitucionalmente "aconfesional" - eso puede pasar - pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término "nación", por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro.

Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multi confesional, partidario de una especie de teocracia politeísta que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativas en la calle. De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas.

Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. Como ha avisado Claudio Magris (en "Laicità e religione", incluido en el volumen colectivo Le ragioni dei laici, ed. Laterza), "en nombre del deseo de los padres de hacer estudiar a sus hijos en la escuela que se reclame de sus principios - religiosos, políticos y morales - surgirán escuelas inspiradas por variadas charlatanerías ocultistas que cada vez se difunden más, por sectas caprichosas e ideologías de cualquier tipo. Habrá quizá padres racistas, nazis o estalinistas que pretenderán educar a sus hijos -a nuestras expensas- en el culto de su Moloch o que pedirán que no se sienten junto a extranjeros...".

Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta. Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes. Si en otros campos, como el mencionado de las festividades, hay que manejarse flexiblemente entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido, en el terreno escolar hay que ser preciso estableciendo las demarcaciones y distinguiendo entre los centros escolares (que pueden ser públicos, concertados o privados) y la enseñanza misma ofrecida en cualquiera de ellos, cuyo contenido de interés público debe estar siempre asegurado y garantizado para todos. En esto consiste precisamente la laicidad y no en otra cosa más oscura o temible.

Algunos partidarios a ultranza de la religión como asignatura en la escuela han iniciado una cruzada contra la enseñanza de una moral cívica o formación ciudadana. Al oírles parece que los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden explicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria. Por supuesto, la objeción de que educar para la ciudadanía lleva a un adoctrinamiento neofranquista es tan profunda y digna de estudio como la de quienes aseguran que la educación sexual desemboca en la corrupción de menores. Como además ambas críticas suelen venir de las mismas personas, podemos comprenderlas mejor. 

En cualquier caso, la actitud laica rechaza cualquier planteamiento incontrovertible de valores políticos o sociales: el ilustrado Condorcet llegó a decir que ni siquiera los derechos humanos pueden enseñarse como si estuviesen escritos en unas tablas descendidas de los cielos. Pero es importante que en la escuela pública no falte la elucidación seguida de debate sobre las normas y objetivos fundamentales que persigue nuestra convivencia democrática, precisamente porque se basan en legitimaciones racionales y deben someterse a consideraciones históricas. Los valores no dejan de serlo y de exigir respeto aunque no aspiren a un carácter absoluto ni se refuercen con castigos o premios sobrenaturales... Y es indispensable hacerlo comprender.

Sin embargo, el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil.

Consiste en afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc.) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado. De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa).

Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de pueblos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia.

La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa - desde el punto de vista laico - no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad trascendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho. No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales. Pues bien, quizá entre nosotros llevar el laicismo a sus últimas consecuencias tan siquiera teóricas sea asunto difícil: pero no deja de ser chocante que mientras los laicos "monárquicos" aceptan serlo por prudencia conservadora, los nacionalistas que se dicen laicos paradójica (y desde luego injustificadamente) creen representar un ímpetu progresista...

En todo caso, la época no parece favorable a la laicidad. Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios! - y batallas de ángeles contra demonios. Vaya por Dios, con perdón: qué lata.

En cuanto a la (mal) llamada alianza de civilizaciones, en cuanto se reúnen los expertos para planearla resulta que la mayoría son curas de uno u otro modelo. Francamente, si no son los clérigos lo que más me interesa de mi cultura, no alcanzo a ver por qué van a ser lo que me resulte más apasionante de las demás. A no ser, claro, que también seamos "asimétricos" en esta cuestión...
Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU, BUTROS  GALI.
Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. BUTROS GALI me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico.
No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética.

Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas. Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".

Ø  Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Fuente: El País